Buscando el instante (microrrelatos)
lunes, 21 de noviembre de 2022
Nuevo reality "Desahuciados"
miércoles, 16 de noviembre de 2022
Lucas
martes, 15 de noviembre de 2022
Jugando al escondite
La casa de papel
Corría el rumor de que era un tipo peligroso.
Lo que no sabían era que todo el circo mediático que había montado, con rehenes incluido, era solo una treta para que lo metieran en la cárcel y poder tener una cama, tres comidas al día y las medicinas que necesitaba.
Desde que murió su mujer y su hijo ludópata le arruinó.
¿Dónde iba a estar mejor a su anciana edad?
También tengo sentimientos
El ciervo se quedó quieto un instante. Llevaba muchos minutos corriendo de forma desenfrenada intentando escapar del fuego. Pero no veía salida posible, estaba rodeado de fuego.
Conmenzó a tener problemas para respirar, agonizaba y sus llorosos ojos se salían de las órbitas.
Se derrumbó y cuanto estaba en el suelo dejándose morir, un pequeño conejo apareció a sus pies. Le pateó para hacerle reaccionar. Cuando el ciervo levantó la cabeza le vió y sintió que aún tenía fuerzas, que ahora no estaba solo y tenía que buscar una salida por el bien de ese pequeño conejo. Sacó fuerzas de donde no las tenía. El conejo salto a la grupa del ciervo y ambos comenzaron a adentrarse de nuevo en el fuego.
Días más tarde los bomberon encontraron los cuerpos de los dos animales juntos y exhaustos pero vivos. El cuerpo del ciervo estaba muy quemado pero protegía al conejo.
Desde ese día se hicieron inseparables y en el centro de recuperación de animales tuvieron que mantenerles juntos durante la recuparación porque ambos se escapaban para buscarse.
Ahora el problema era como hacer para devolverles a su quemado mundo.
El sociópata del móvil
Su propia capilla Sixtina
viernes, 21 de octubre de 2022
Los buñuelos de la abuela
martes, 6 de abril de 2021
El dėcimo fallecido
Llevábamos así días y días. Era como una pesadilla recurrente de la que quieres despertar y no puedes.
Mi turno acababa ya.¡por fin! Me quité todos los elementos protectores, bata, mascarillas, guantes, pijama, gorro, gafas.... Me duché y desinfecté y marché a casa.
Como cada día cogí el metro para volver y fue allí cuando tras sentarme agotada, me dio el bajón. No pude evitarlo y se me saltaron las lágrimas. No podía dejar de llorar. La gente me miraba pero nadie se atrevía a acercarse a mi. Solo miraban y se alejaban porque empezaba a parecer un poco loca porque había empezado a hiperventilar. Creo que me estaba dando un ataque de ansiedad.
Una mujer que iba con una niña de la mano, finalmente se compadeció de mi, se olvidó de su miedo al contacto y se sentó a mi lado mientras me ofrecía un pañuelo y un zumo, supongo que de la merienda de su hija. Mientras me limpiaba las lágrimas, la madre me calmó, hablando con una dulce voz. Me preguntó que me pasaba y si podía ayudarme.
Le conté como estaban siendo mis días de trabajo últimamente y que no podía más. Que me iba a volver loca.
Entonces su hija, que no tendría mas de 6 años, sacó un bote de gel desinfectante, se limpió las manos y me agarro una de las mías mientras me decía. Yo de mayor quiero ser como tú y ayudar a la gente. Mi yaya está viva gracias a los médicos que la ayudaron. Quizás fuiste tú. Así que no llores lo estáis haciendo muy bien, eso dice mi yaya y ¡ella sabe mucho!.
Nadie me había dicho nada así en mucho tiempo. Solo nos echaban en cara los que se morían, no los que se salvaban.
Poco a poco me serené y tras dar las gracias a la madre y la hija me baje en mi parada y me fui a casa a descansar, para poder seguir mañana intentando salvar a más personas.